Terminada ya la temporada de esquí y de locura de viajes de aquí para allá, cruzando prácticamente la península muchos de los fines de semana para no abandonar nuestra principal actividad.
Todo empezó en Enero, entre Espot y Port Ainé pasé el mes y de allí a Boí-Taull donde terminaríamos la temporada en la escuela de esta estación, la más alta del pirineo con 2000m de altitud en su base y con muchas actividades a realizar en sus alrededores.
Toda una experiencia la enseñanza del esquí. Para mí, bastante más duro que la formación o el guiaje en montaña. No podría decir con cuantas personas he compartido interminables días de cuñas, viraje fundamental, paralelo y todas esas cosas que se enseñan en el esquí.
Lo que más me ha sorprendido es lo rápido que se aprende con un instructor, con la de horas, días y tortazos que me costó a mí. ¡Y los niños! Espejos de lo que tú vas haciendo, aprender sin querer, empiezan hoy de cero y en cuatro días, no es una expresión, están esquiando prácticamente por toda la estación. Lo mejor sus conversaciones, maravillosa imaginación, viven en un universo paralelo, y por sus caras, risas y sonrisas, bastante mejor que el nuestro.
Terminada la jornada a foquear con los esquís de montaña o a escalar en hielo cuando ha estado en condiciones, eso sí con la frontal puesta y llegando a casa a unas horas un tanto intempestivas. Cuando la estación no abrió por viento a escalar al sol valle abajo, para no olvidar la roca. Y las tardes de descanso, cervecitas con los compañeros o la tranquilidad del hogar, que también hace falta.
Aun no hace ni quince días que cerró la estación y ya lo estoy echando de menos, el año que viene más. Ahora toca descansar, pero sin parar, como siempre…
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